Por Eva Gallaud
A puro despecho
Luis Perozo Cervantes
Ediciones Madriguera (2012)Luis Perozo Cervantes
El poemario que nos presenta Perozo
Cervantes nos enfrenta a una lucha denodada por sobrevivir a la
catástrofe del abandono. Como método de supervivencia bien nos sirve el
despecho a modo de bandera, la tristeza jocosa lustrada cual armadura e
incluso la soberbia como brillante escudo.
El poeta se debate entre la necesidad de olvidar y el irremediable impulso de seguir adorando a quien le abandona, sumergiéndose en una espiral narrativa que nos zarandea entre lo cotidiano (que tú tienes el tomo uno del Quijote/ y a mí, por ley,/ me toca morir para recobrar la cordura)y lo excelso (el único condenado a muerte/debe ser el amor), como ejemplo de esa continua lucha de fuerzas contrarias que ejercen las dualidades presentes en el texto.
El poeta se debate entre la necesidad de olvidar y el irremediable impulso de seguir adorando a quien le abandona, sumergiéndose en una espiral narrativa que nos zarandea entre lo cotidiano (que tú tienes el tomo uno del Quijote/ y a mí, por ley,/ me toca morir para recobrar la cordura)y lo excelso (el único condenado a muerte/debe ser el amor), como ejemplo de esa continua lucha de fuerzas contrarias que ejercen las dualidades presentes en el texto.
Estos dobles planos continúan a
lo largo del libro con un lenguaje directo y exento de florituras,
casi narrativo, como ya nos advierte desde el subtítulo "Epigramas para
después del bar". Las notas al pie, jugando de nuevo con dos planos
diferenciados esta vez sobre la página misma, danzan entre el consejo
al lector (No lo intenten/ahórrense esta muerte), la postdata (Por favor, responde pronto, estoy desorientado) o los apartes teatrales (Vean,/señores del jurado/no me queda otra prerrogativa) y aportan un dinamismo aún mayor al estilo coloquial.
A puro despecho gira alrededor de una figura femenina ausente que recuerda a las inolvidables Laura de Preminger o Rebeca
de Hitchcock, donde toda la trama pivota en torno a mujer que nunca
llegamos a ver realmente y solo conocemos por el lienzo que cuelga
majestuoso en un salón. El poeta se autoengaña (con sólo imaginar que no te has ido/puedo dormir tranquilo) y todo se vertebra en torno a ese espacio vacío donde [h]asta la sombra en la pared/delata la ausencia de tu óleo preferido.
Cualquier hueco lleva el nombre de la amada y recuerda
irremisiblemente aquello que le falta al poeta. Así, en esta vorágine de
despecho, la ausencia acaba por tornarse presencia impalpable de lo
ausente.
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